El niño posee desde su estacionamiento en el útero una relación pararasitaria con la madre, período al que se lo denomina estadio fisiológico, y durante el transcurso del primer año pasará por una simbiosis con la madre, para terminar en un estadio donde se desarrollan relaciones jerárquicas.
El hijo y la madre son dos seres que están íntimamente ligados a pesar de la profunda diferencia de estructura psíquica y de medio ambiente entre ambos. La primer diferencia mencionada hace referencia a la personalidad, la del adulto está estructurada, organizada y presenta actitudes individuales como iniciativas personales en una interacción circular con el medio. La personalidad del niño al nacer, a pesar de tener una individualidad, carece de organización de personalidad, y su interacción con el medio es puramente fisiológica.
La segunda diferencia mencionada entre la madre y el hijo es el medio. El adulto está constituido por una diversidad de factores diferentes, grupos, individuos y objetos inanimados, los que influyen sobre la personalidad. En cambio para el recién nacido el medio está compuesto por un solo individuo, el que no está percibido por el niño en cuanto a entidad separada de él, sino que forma parte del conjunto de necesidades del lactante y de su satisfacción.
Observamos que la interrelación de los papeles de las distintas personas en la familia, o lugar donde se cría el niño, es la que constituye su universo, pero la madre o sustituto es quien satisface sus necesidades, será la que sirva de intérprete para las fuerzas transmitidas del medio.
La madre es el factor compañía del niño.
La relación inicial de una madre con su bebé.
En esta relación es importante examinar dos clases distintas de identificación: la de la madre con su hijo y el estado de identificación de éste con la madre.
La mujer embarazada posee una creciente identificación con el niño, a quien ella asocia con la imagen de un “objeto interno”. También, el bebé, significa otras cosas para la fantasía inconsciente de la madre, pero el rasgo predominante sea la disposición y la capacidad de la madre para despojarse de todos sus intereses personales y concentrarlos en el bebé, actitud que Winnicott denomina “preocupación materna primaria”.
Esto es lo que otorga a la madre su capacidad especial para hacer lo adecuado ya que existe algo que no depende de los conocimientos que posee una madre, sino de una actitud afectiva, una sensibilidad que va adquiriendo en el proceso de embarazo y continúa junto al crecimiento del niño, lo que la hace apta para proteger a su pequeño en esa etapa de vulnerabilidad, la capacita para contribuir en un sentido positivo a las necesidades positivas de su niño.
Como lo mencionado anteriormente, se observa en las futuras mamás una identificación creciente con el bebé y la aptitud de olvidarse de sí misma y volcar su interés en el bebé y es por esto, que ella y sólo ella sabe lo que el niño puede sentir minuto a minuto, ya que logran crear una relación dentro de la esfera vivencial.
La madre será apta para cumplir esa función si se siente segura y respetada, amada y aceptada. De esta manera podrá transmitir seguridad y afecto a su hijo, y la relación madre-hijo, diada , gozará uno de los factores más importantes de esta relación.
En el caso de las madres deprimidas, alteradas o demasiado preocupadas, no serán capaces de sentirse seguras de brindar a su bebé seguridad. Esto significa que no podrá otorgarle al niño el sentimiento de pertenencia, la sensación de estar protegido y en contacto, producto de la seguridad amante de la madre “sana” que se convierte en una cualidad estable del psiquismo del niño.
Existen dos tipos de trastornos maternos que pueden afectar esta situación. Por un lado está la madre cuyos intereses personales son demasiado compulsivos como para abandonarlos, lo cual le impide sumergirse en el extraordinario “estado maternal”. Por otro lado encontramos a la madre que tiende a estar preocupada por algo y el niño se convierte entonces en un preocupación patológica. Posiblemente esta madre cuente con una capacidad especial para presentarle su propio self al niño.
Luego del parto, es parte del proceso normal que la madre recupere su interés por sí misma, y que lo haga a medida que el niño vaya siendo capaz de tolerarlo. La madre patológicamente preocupada no sólo sigue estando identificada con su hijo durante un tiempo demasiado prolongado, sino que además, pasa muy bruscamente de la preocupación por el bebé a su preocupación previa.
La forma en que la madre normal supera este estado de preocupación por el bebé equivale a una suerte de destete. El primer tipo de madre enferma no puede destetar al niño porque éste nunca la tuvo realmente, de modo que no corresponde aquí hablar de destete; el otro tipo de madre enferma no puede destetarlo, o tiende a hacerlo en forma demasiado brusca y sin tener en cuenta la necesidad que se va desarrollando gradualmente en el niño de ser destetado.
En cuanto a la identidad del niño con la madre sana en los primeros meses permitirá que se inicie un proceso de desarrollo que es personal y real. En cambio, si la actitud materna no es lo bastante buena, el niño se convierte en un verdadero conjunto de reacciones frente a los choques, y el verdadero self del niño no llega a formarse o queda oculto tras un falso self que se somete a los golpes del mundo y en general trata de evitarlos.
El niño que se inicia en este proceso es a la vez débil y fuerte, pero todo depende de la capacidad de la madre para proporcionar apoyo al yo del niño. El yo de la madre está sintonizado con el del niño y ella puede darle apoyo si logra orientarse hacia su hijo. Entonces, cuando la pareja madre-hijo funciona bien, el yo del niño es muy fuerte, el yo reforzado del niño puede organizar defensas y desarrollar patrones que son personales.
Función materna:
Podemos agrupar en tres categorías la función de la madre buena.
1. Sostenimiento.
2. Manipulación
3. Mostración de objetos.
1. La forma en que la madre toma en sus brazos al bebé está muy relacionada con su capacidad para identificarse con él. El hecho de sostenerlo de manera apropiada constituye una factor básico del cuidado, cosa que sólo podemos precisar a través de las reacciones que suscita cualquier deficiencia en este sentido. Aquí cualquier falla provoca una intensa angustia en el niño, ya que no hace sino cimentar:
• La sensación de desintegrarse,
• La sensación de caer interminablemente,
• El sentimiento de que la realidad externa no puede usarse como reaseguración, y otras ansiedades que en general se describen como “psicóticas”
2. La manipulación contribuye a que se desarrolle en el niño una asociación psicosomática que le permite percibir lo “real” como contrario de lo “irreal”. La manipulación deficiente milita contra el desarrollo del tono muscular y contra lo que llamamos “coordinación”, y también contra la capacidad del niño para disfrutar de la experiencia del funcionamiento corporal y de la experiencia de SER.
3. La mostración de objetos promueve en el bebé la capacidad de relacionarse con objetos. Las fallas en este sentido bloquean el desarrollo de la capacidad del niño para sentirse real al relacionarse con el mundo concreto de los objetos y los fenómenos.
El papel de los afectos en las relaciones entre madre e hijo
En el papel de la madre en la toma de conciencia del niño y su aprendizaje resulta primordial los sentimientos de la madre hacia su hijo (actitud afectiva).
Todos percibimos las manifestaciones afectivas y reaccionamos a ellas de una manera afectiva, pero el niño percibe de un modo afectivo mucho más pronunciado que el adulto, durante los tres primeros meses las experiencias del niño se limitan al afecto.
En la relación madre-hijo, la madre representa el factor sociedad ,el oponente de este factor se encuentra en el bagaje congénito del niño, que en este punto esta representado, sobre todo, por la cuestión de maduración y de la anlage.
Las fuerzas formativas en la relación madre- hijo:
La existencia de la madre constituye un estímulo para las respuestas del niño; sus acciones mas insignificantes, incluso si tienen distinto objeto que el lactante poseen el valor de un estimulo .
Provocar acciones en el niño es la actividad mas rudimentaria y observable de la madre en el establecimiento de las relaciones objetales. Las acciones que se logran le producen placer; las repite y adquiere su dominio.
Son las actitudes inconscientes de la madre las que facilitan las acciones del bebe. Son sus deseos, sus precauciones, sus respuestas inconscientes y su mediatización afectiva.
Se produce un moldeo entre madre e hijo; una serie de interacciones en un marco social. Éste está formado por la pareja madre-hijo, una masa de dos; esta pareja esta aislada hasta cierto punto de lo que le rodea y unida entre sí por lazos extremadamente poderosos, lazos afectivos.
La comunicación en la pareja madre- hijo:
El sistema de comunicación madre- hijo que se establece durante los primeros meses de la vida , antes del desarrollo de las relaciones objetales se basa en una especie de comunicación primitiva basada en indicios, señales y signos semánticos, y desembocara en la función simbólica.
El indicio es un percepción ligada naturalmente a la experiencia de un objeto o de una situación.
El signo es una percepción empíricamente asociada a la experiencia de un objeto o de un situación, y susceptible de sustituir a dicha experiencia.
La señal es una percepción asociada artificialmente a un objeto o a una situación.
A esta comunicación, lo que la caracteriza es la desigualdad entre los participantes. En las comunicaciones emitidas por los niños son signos, y las procedentes del adultos, son señales percibidas como tales por el niño.
Deformaciones y desviaciones de las relaciones objetales.
Las señales afectivas que el niño ha recibido por parte de la madre, su calidad, su constancia, la certidumbre y la estabilidad que estas señales ofrecen al niño, aseguran su normal desarrollo.
Es por ello, que cuando la actitud de la madre posee desviaciones, da al niño señales variables, inestables, que no le ofrecen seguridad provocando la formación de relaciones objetales impropias o insuficientes o no formará relación alguna.
En la relación normal madre-hijo debe satisfacer tanto a la madre como al niño, y esto comprende dos factores muy diferentes entre sí. Lo que satisface a la madre es muy distinto de lo que pueda satisfacer a su hijo
La satisfacción de la madre depende de la influencia que ejerza sobre su personalidad particular el hecho de tener y criar un niño que poco antes formaba parte de su propio cuerpo. Las satisfacciones que cada madre puede obtener de sus relaciones con el hijo están determinadas por la naturaleza de los componentes han estado sometidos hasta el instante de dar vida al hijo; de la forma en que el niño sea capaz de satisfacer elementos diversos de la personalidad materna, y de las condiciones impuestas por la realidad externa.
En cuanto al niño el carácter de sus satisfacciones estará sometido a una transformación rápida y tales satisfacciones se hallarán sujetas a modificaciones progresivas en cada nivel sucesivo de su desarrollo. Sus primeras satisfacciones serán fisiológicas, que le den seguridad al niño y que sacien sus tensiones y sus necesidades y le liberen de tensiones de desagrado.
Debemos tener muy en cuenta y presente que la madre es el compañero activo dominante, en la relación madre-hijo y por tanto, las desviaciones en la personalidad de ésta serán las que se manifiesten en los trastornos del niño. Estas relaciones perjudiciales se dividen en dos categorías:
1. Las relaciones madre-hijo impropias: esta madre es la que generan enfermedades físicas y en parte comportamientos anormales en el niño y que le proporciona deformaciones en las relaciones objetales.
2. Las relaciones madre-hijo insuficientes. este tipo de relación es la que los niños están privados de relaciones con su madre, están privados del elemento esencial de la vida.
Dentro de las relaciones madre-hijo impropias existen distintos tipos de comportamientos nocivos para el niño.
Repulsa primaria.
La actitud materna en este síndrome consiste en una repulsa global de la
maternidad; del embarazo y del niño, incluso también del acto sexual.
Repulsa primaria pasiva.
La repulsa materna, la inaceptación, es de naturaleza no objetal; no se
dirige hacia el niño en cuanto a individuo, sino hacia el hecho de tener un niño. Es una repulsa que sólo se encontrará surante las primeras semana o meses. Luego la personalidad del niño se hace sentir y la hostilidad materna se desarrollará en forma más específica y más en función de su hijo.
Cuanto más crece el niño, más rica y variada se hace su personalidad y la hostilidad materna tropezará con esta personalidad infantil más desarrollada, de lo que resultará una serie de modalidades de hostilidad materna individuales y variables.
En contrapartida encontramos la repulsa global materna no objetal, en la que la repulsa está dirigida al hecho de tener un hijo. La actitud de estas madres tiene su raíz en la vida privada, en sus relaciones con el padre del niño, con su forma particular de resolver el complejo de edipo y su angustia de castración.
En casos extremos de este tipo los recién nacidos se ponen comatosos, palidez extrema y sensibilidad reducida. Lo que ocurre en estos casos es que el niño recién nacido está desarrollando las formas más arcaicas de la oralidad y los contactos con lo que le rodea acaban de ser transferidos del cordón umbilical a la boca, y a la incorporación. Por esta razón, cuando nacen en este estado, luego de reponer al niño físicamente, se les deberá enseñar a mamar estimulando su boca y es lógico que exista una repulsa por vómitos, los primeros días.
Solicitud ansiosa primaria.
La solicitud materna primaria ansiosa va unida a el cólico de los tres meses. Éste es un trastorno muy conocido y los cuadros clínicos son los siguientes: pasada la tercera semana y hasta el fin del tercer mes, el niño empieza a gritar por la tarde. El niño puede tranquilizarse por momentos dándole de comer y parece que sufre de dolores de cólico. Es aquí cuando se acude al cambio del pecho al biberón o viceversa, a medicamentos sin obtener resultados positivos ya que los dolores del niño continúan.
La solicitud exagerada de la madre está ligada a este trastorno ya que existe en ella el principio de self-demand que exige que de alimento cada vez que el niño lo desee y es su hostilidad inconsciente hacia sus hijos les proporciona un sentimiento de culpabilidad sobrecompensado.
Se han realizaron estudios en los que se observaron el factor de la hipertonía en los niños desde el nacimiento, y en este caso, el niño tendrá necesidad de descargar mucha más tensión que un niño tranquilo y plácido. Y el órgano principal de descarga es la boca. Por ello podemos observar que después de nacer todo estímulo producido en cualquier parte del cuerpo tiene respuesta el reflejo de succión.
Por ello podemos diferenciar dos funciones de los procesos de la ingestión de alimento, una es la ingestión del alimento en sí que al propio tiempo satisface el hambre y la sed, y la otra función es la descarga de tensión, es decir la satisfacción de la mucosa bucal por la actividad de los labios, de la lengua y del paladar durante el acto de chupar.
Entonces, este tipo de trastorno el niño recibe la descarga de tensión por la comida que le introducen estimulando su boca, pero en realidad el niño no necesita el alimento, sino una descarga oral. Así su hipertonía se deriva en aumento de la actividad del aparato digestivo y aumenta el estado de desagrado lo que hace crecer su irritación.
Sorprendentemente este trastorno desaparece a los tres meses en forma tan inexplicable como cuando apareció. El niño en el transcurso del tercer mes desarrollará sus primeras respuestas dirigidas e intencionales, respuestas volitivas para los que le rodean. Entonces se establecen las primeras relaciones sociales y el primer objeto precursor, y cuenta con una variada actividad mental, afectiva y física. De la actividad mental se sirve para descargar las tensiones y por ende, dirige cada vez menos sus exigencias hacia la madre.
Hostilidad materna disfrazada de angustia.
La actitud materna en estos casos consiste en manifestaciones de angustia en lo que se refiere a su hijo. Esta angustia corresponde a la presencia de una hostilidad rechazada.
Este trastorno se lo relaciona con una dermatitis atópica en la segunda mitad del primer año del niño quien tiene una excitabilidad refleja aumentada. Se ha estudiado que los niños que poseen la dermatitis atópica no sufren la angustia de los ocho meses, y su ausencia advierte que está retrasado en su desarrollo afectivo, lo que obedece a una deformación de las relaciones objetales.
Este grupo de niños poseen una madre de personalidad infantil con una hostilidad hacia su hijo disfrazada de angustia, no les gusta tocarlo, ni cuidarlo y lo priva de contacto cutáneos. Este tipo de madre provoca el retraso de imitación, ya que al no tocarlos dificultan las identificaciones primarias que el niño debe poseer para crecer sanamente. Tampoco proporcionará las ocasiones precisas para las actividades físicas del niño que darían las identificaciones secundarias.
Los impulsos libidinales y agresivos se descargan normalmente en las interacciones físicas entre la madre y el hijo, pero los niños que padecen dermatitis, la madre no da la ocasión para decargarlas, y por ello se producen las reacciones cutáneas.
La madre es la que proporciona al niño señales durante el primer año. El niño responde a ellas con la formación de una serie de reflejos condicionados durante el primer trimestre. Luego de esta etapa se advierte en el niño un proceso de aprendizaje que se desarrolla paralelamente con la organización del yo. Este aprendizaje está unido a la maduración de la capacidad perceptiva del niño y a las señales que le proporciona la madre en toda situación de placer, de desagrado y de discriminación.
Cuando una madre sufre de angustia no controlada por un yo y un super yo que no funcionan bien las señales que ofrece al niño se estropean, se hacen incoherentes debido a la falta de consistencia. Lo que ocurre es que su sentimiento de culpabilidad, su angustia, no le permiten identificarse con su hijo, y evita particularmente la forma más elemental de identificación, la del contacto inmediato y afectivo, la del contacto físico.
Estas señales ambiguas e inconscientes dificultarán al niño en la formación de relaciones sociales normales y la adaptación social, es decir las relaciones objetales.
Esta dermatitis queda limitada a un cierto período y se cura espontáneamente pasado el primer año, y esto está determinado por el progreso de la maduración porque el niño adquiere locomoción lo que lo independiza de las señales dadas por la madre, y así es capaz de sustituir las relaciones objetales normales, de las que ha sido privado, por estímulos que llega a alcanzar él mismo.
Oscilaciones rápidas de la madre entre mimo y hostilidad agresiva.
Este tipo de actitud materna parece conducir con frecuencia a un desorden en la movilidad del niño. Podemos dividirlos en dos grupos principales: la hipermotilidad y la hipomotilidad.
En cuanto a la hipermotilidad se habla de un balanceo en el niño que se convierte en actividad principal y sustituye a la mayor parte de las otras actividades normales. Estos niños poseen un retraso característico en los sectores de dominio social y del manipulativo, es decir retraso en el manejo de los objetos y juguetes. El retraso social se refiere a que el niño no ha logrado formar relaciones libidinales.
Este tipo de madre es la que de un momento a otro pasa de la ternura al furor, de los besos a las bofetadas, son personas psicópatas. Es por ello que los niños están privados del objeto libidinal, y, en el balanceo, encuentran una actividad sin objeto o mejor dicho un objeto sustituto, su propio cuerpo.
La onda que existe entre la madre y el niño es corta, brusca, rápida constantemente repetida, los altibajos alteran en el transcurso de minutos, muchas veces al día. Estas rápidas oscilaciones crean un clima de constante incertidumbre en el niño.
Saltos de humor cíclicos de la madre a largo plazo.
La actitud de estas madres hacia sus hijos se mantiene constante durante varios meses. De repente cambia por completo y vuelve a estabilizarse por un período bastante largo.
A diferencia de la madre descripta anteriormente, estos cambios de las madres depresivas se trata de climas de gran solicitud hacia el niño que al cabo de un tiempo se transformará en el lima opuesto, de una repulsa total del niño durante otra serie de semanas o meses.
Los niños que han pasado por un primer período durante el cual las madres se mostraban solícitas hacia ellos, llegaron a relaciones objetales y a identificaciones con su madres, pero cuando la madre cambió el humor y su actitud de repulsa los niños pierden el objeto.
Hostilidad materna conscientemente compensada.
En este caso, el comportamiento de la madre es el resultado de un conflicto consciente. Para estas madres el hijo es un objeto de satisfacción narcisista y exhibicionista, no de amor; pero tienen plena consciencia de que su actitud para con el hijo es impropia e intentan compensarla con una actitud mezclada de dulzura angelical, untuosidad y acidez al mismo tiempo..
Se puede observar que los niños con estas madres, demuestran gran familiaridad con los objetos inanimados y son hábiles para manejarlos. Se interesan poco por los contactos con el ser humano y son hostiles cuando alguien se acera a ellos.
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